de Susana Torres Molina
Coproducción con Espacio Teatro
Coproducción con Espacio Teatro
Escenografía …………..Patricia Yosi
Música original…………Fernando Ulivi
Iluminación…………......Walter Reyno
Combate escénico…….Christian Zagia
Asist. de dir...........Mercedes Gómez
Dirección General: Patricia Yosi
Dentro de un sauna se encuentran dos hombres que sostienen una pelea verbal y física. El aparente azar del encuentro, en instantes, se vuelve destino. Hablan de una mujer omnipresente.
El interior del sauna se transforma en cuadrilátero y confesionario. La pasión los une y los violenta. Mientras crece el juego perverso de sucesivos ocultamientos y revelaciones, ambos se desesperan por conocer la verdad sobre Ella.
Ellos vivirán situaciones límites frente a la incertidumbre que sienten por el amor de una mujer. A través de distintos sentimientos: amor, deseo, posesión, perversión, cinismo, obsesión, celos y violencia, los personajes irán dibujando a la protagonista de la obra, la mujer, mientras desnudan las miserias de cada uno.
“Ella” de Susana Torres Molina, en EspacioTeatro.
DOS HOMBRES SE MIDEN
por Jorge Arias - LA REPUBLICA
Dos hombres se encuentran en un sauna. Para Marley (Franklin Rodríguez) el encuentro es accidental; para Iriondo (Alvaro Pozzolo). no sólo es deliberado sino que incluye dos planes, uno en los pliegues del otro.
Ambos poseen a la misma mujer. Ambos están semidesnudos en sus toallas, como si fuera la hora de la verdad desnuda. Comienza un duelo, a veces verbal, a veces físico, y “Ella” tiene toda la elocuencia de la pasión y en particular de la pasión del amor activado por los celos y empequeñecido a posesión y dominio. Los protagonistas de la pieza son sus pasiones, más que sus personas; de los dos hombres se sabe poco más que el nombre, el estado civil y la profesión, pero no es importante ninguna de estas informaciones. Por obra de la misma lógica de la pasión, “Ella” es irreal. Se la menciona; se conocen frases que se le dicen; es una sombra, una niebla, un fantasma. Se duda de que alguno de los hombres la conozca bien.
Los diálogos que se cruzan son vivos, relampaguean. Se percibe el vivo reflejo de aceros que chocan; espadas cuyas metáforas aún no fueron “vencidas de la edad”. El interés no decae, se anuncia un desenlace y la obra da un par de giros vertiginosos, el último en la línea de la “Hi.storia del zoo” de Albee.. Termina la pieza, se apagan las luces; deslumbrados aún por el brillo de los diálogos, nos aparecen algunos interrogantes. Luego de lo ocurrido, y sobre todo luego de lo que se nos ha ocultado por la autora, la conducta de Iriondo resulta difícil de explicar. Esa aproximación del amor con la muerte, un tema clásico del amor romántico, es coherente con las premisas; pero no parece necesitar toda la obra para intentar ponerlo en práctica. Se tiene una impresión semejante al desenlace de muchos filme policiales: el final sorprende, no parece ilógico, pero analizada fríamente la trama, es arbitrario y demasiado al servicio de un suspenso que no puede resolver con coherencia perfecta.
Nuestra interpretación puede ser muy personal, pero encontramos en Iriondo una conducta persecutoria propia de lo que llamó W.H. Auden en su prólogo a “The desire and pursuit of the whole” de Frederick Rolfe el “homosexual paranoide” (Gibson Sqaure Books, 2002, p. 6/8). Es el mismo acoso, soterradamente sexual, de uno de los asesinos de “A sangre fría” por el Truman Capote de Philip Seymour Hoffman. Nos parece evidente que Iriondo, se lo confiese o no, busca al hombre a través de la mujer común; y en cierto modo ya se han tocado. Marley siente el acoso, pero ni el ni, creemos Susana Torres Molina lo identifican. El mismo desenlace, más allá de las luces que se apagan, nos debe mostrar a Iriondo recibiendo, de manos de Marley, el instrumento que Borges menciona en la última línea del “Poema conjetural”. En esta hipótesis tienen sentido los desnudos masculinos, que el libreto no prescribe, y que en un primer momento nos parecieron injustificables.
De un modo u otro, deducción o sonambulismo, Patricia Yosi ha acertado en la dirección, y en dos aspectos. El primero, que implica la hipótesis anterior, es la atmósfera, el vapor de agua, vivificante y opresivo, apto, por su relativa opacidad, para el ocultamiento y para una simultánea y velada revelación. El segundo es el ritmo de la acción. No diríamos nada más que lo obvio si mencionáramos el interés que suscita “Ella” en el espectador, con un trato del tiempo de las réplicas admirable, que es el mínimo que un espectáculo teatral debe tener. Nos referimos a algo más difícil, los distintos ritmos de las varias escenas de la pieza; porque cada una parece tener su “tempo”, su estructura, su forma de anunciarse, presentarse y disolverse.
La actuación de Alvaro Pozzolo y Franklin Rodríguez es pulida, convencida y convincente. Son dos de nuestros mejores actores, y tienen un libreto que les permite dar toda la medida de sus admirables condiciones histriónicas. Esta perfección de los actores concluye por redondear un espectáculo sin fisuras, que se destaca muy claramente en la cartelera teatral de estos días.
ELLA, de Susana Torres Molina, con Alvaro Pozzolo y Franklin Rodríguez. Música de Fernando Ulivi, iluminación de Walter Reyno, combate escénico de Christian Zagía, escenografía y dirección de Patricia Yosi. En Espacio Teatro.
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